10 octubre 2010

Los lunes de octubre...una vez más.

Llega octubre. Llega el otoño. Y de repente las horas se desvanecen. Se desvanecen en la negrura de una oscuridad malvada que nos atrapa tras salir huyendo su antecesor antes de tiempo.

Oscuridad que deja ver tras su manto negro esas solitarias calles que nos enseñan la paz y la tranquilidad que se rompe tras ese hilo gris abrasador que nace en lo alto de cada morada.

Paz y tranquilidad que regalan al viajero la oportunidad de descubrir cada rincón de su camino con la curiosidad de un niño. Camino, que no por muchas veces recorrido, le vuelve a regalar cada día nuevos detalles, detalles que ayer pasaron inadvertidos, escondidos tras un fino manto de hojas recién desterradas.

Y el viajero, refugiado en su grueso manto de fina piel, camina hacia un destino desconocido acompañado del terrible ruido que provoca el silencio. Camina, piensa, siente, recuerda, añora. Siente que la noche, la soledad y esa fina niebla gris que todo lo envuelve son sus mejores aliados para descubrir el mejor de los caminos que le guie por las veredas de las incertidumbres y sus miedos. Son sus inseparables amigas, las más fieles y leales, en esas frías noches de los lunes de octubre cuando sale a descubrir el mundo por enésima vez hasta que una vez más, el cansancio le obliga a regresar.

Regresara, sí, regresara a su jardín de ilusiones y sueños que ningún triste y melancólico otoño desvanecerá jamás ...

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