18 agosto 2011

Operación "contenedor amarillo"


En esto del medio ambiente parece que el individuo, la persona, como ser social que vive en sociedad pero de unas dimensiones diminutas en comparación con la multitud que lo rodea, no puede hacer nada por su protección, bienestar, conservación y recuperación. Y no es cierto. Servidor, fiel batallador contra el individualismo atroz que nos invade, aún piensa que otro mundo es posible. Aún piensa que la suma de pequeños gestos individuales, más allá de las grandes acciones, campañas y políticas tan necesarias, hacen primero una enorme contribución amén de ser ejemplarizantes para el compartamiento de nuestros iguales. Es por ello que el individuo con pequeñitas acciones puede, como no podría ser de otra menara, contribuir a la mejora del entorno.

Me propongo contaros la historia del contenedor amarillo, la historia de un pequeño gesto, quizás ridículo, pero que en primer lugar, me llenó de satisfacción protagonizar y en segundo, espero que sirva para poner sobre la mesa que el individuo en su cotidianidad también puede salvar un poco de lo que nos queda, que gracias a dios, aún es mucho.

Paralelo a la línea ferrea Villaba-Madrid, a la altura de Galapagar, discurre la joya más preciada de nuestra sierra madrileña: el río Guadarrama.

Desde hace más de tres años contemplo a diario desde el tren su majestuosidad invernal y su ocaso veraniego. Contemplo su flora, su fauna, su paisaje verde y sus aguas cristalinas. Es un fiel compañero de viaje, siempre presente y siempre con una cara amable. Contemplo sus crecidas en Galapagar siempre a merced del azud de las Nieves, que trasvasa agua al Embalse de Valmayor.

Pero en esos más de tres años, siempre ha habido algo que ha distorsionado mi mirada al pasar junto al río sentado en el confortable asiento del tren: un abandonado contenedor amarillo. El protagonista de nuestra historia ha pasado inpertérrito, inmóvil y abandonado los últimos tres años. Seco en verano y bañado por el agua del Guadarrama en invierno, donde asomaba su color por encima de agua que casi lo cubría por completo. Pero allí estaba, ensuciando el entorno, maltratando al río y sin desempeñar la funcion para la que fue concevido...Eso sí, acompañado a lo lejos de un semejante gris que con el que seguro departía a diario sobre su ofuscante situación.

Hasta que mi bicicleta y yo nos adentramos río abajo desde el coto de Villalba, más conocido como el coto de las Suertes, y pusimos fin a esa lamentable situación de abandono, desidia y frustración.

He de contar que la zona presentaba, en lugares muy localizados, muy mal aspecto, llena de escombros, restos de basura e incluso una nevera que ahora es fiel compañera de los contenedores...Y reconoceré que viendo espectáculos tan dantescos me siento perplejo y abochornado por el maltrato que muchos de nosotros provocamos al medio ambiente y cargado de desazón por la desidia de las administraciones competentes, incapaces de mantener lugares tan mágicos en unas condiciones mucho más dignas y acordes con la cultura de respeto y conservacionismo en la que se nos intenta educar desde pequeñitos.

Tras esto, varias preguntas me invaden:

- ¿Quién conserva nuestros ríos?
- ¿Nadie de la Confederación del Tajo pasó por allí en más de tres años?
- ¿Qué impulsa a un ciudadano/a a depositar una nevera en un río, o en su zona indudable, maltratando así el dominio público hidráulico?

Al marcharme de allí algo de basura pude recoger en los contenedores, una vez estos estaban ubicados en su lugar. No es una gran hazaña, ni un gran gesto. Simplemente uno de tantos que ciudadanos anónimos protagonizamos a diario y que contribuyen a conservar nuestro entorno.

Tú también puedes ayudar, primeramente, no contribuyendo a destruir, y seguidamente, poniendo tu granito de arena con pequeños gestos como el de la historia que hoy nos ocupa.






No hay comentarios: