Si hay algo que distingue a Salamanca de otras provincias es su gran variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que la hacen única. Una riqueza al alcance de todos los salmantinos y visitantes que SALAMANCA rtv AL DIA mostrará cada semana. Propuestas turísticas que también pueden conocerse ampliamente en la web de la Diputación de Salamanca: http://www.salamancaemocion.es En este paseo por la provincia conoceremos la presa
de Almendra.
En la esquina noroccidental, el río
Duero y sus afluentes han excavado una sorprendente
sucesión de cañones sobre los que se han levantado espectaculares presas
y saltos hidroeléctricos. La primera de ellas, Almendra,
acumula las aguas del Tormes, justo antes de unirse al "padre" Duero.
Es un auténtico mar interior con sus más de 2.600 hm3 de capacidad y ostenta el récord
de altura, con 200 metros hasta la coronación de la presa. Un
fascinante túnel, excavado en la roca, de 7 metros
de ancho y 15 km. de longitud lleva el agua desde la presa hasta la central
subterránea en Villarino de los Aires; una compleja obra de
ingeniería que permite revertir las turbinas y devolver las aguas al embalse
matriz.
Justino Sanchón en la revista 'emociones
en Salamanca' escribe:
Al noroeste de Salamanca, poco antes de unirse a la
intensidad del padre Duero, el río Tormes ve detenido su curso en una
formidable pantalla: es la presa de Almendra, que da origen a un auténtico mar
interior con sus casi 8.000 hectáreas de superficie inundada. Su singularidad
radica en que la central hidroeléctrica, el salto, se encuentra a 15
kilómetros de distancia en Villarino de los Aires, donde
el agua llega a través de un túnel de siete metros de diámetro excavado en la
roca.
La presa se inscribe en un conjunto de obras
de ingeniería que une dos provincias, Salamanca y Zamora,
y dos países, España y Portugal, y que han conformado lo que se ha denominado
‘escuela del Duero’. De hecho, Almendra- Villarino fue el último de los
llamados ‘Saltos del Duero’, un sistema hidroeléctrico al que también
pertenecen los embalses de Aldeadávila y Saucelle, en Salamanca; Castro,
Ricobayo y Villalcampo, en Zamora, y los portugueses de Bemposta, Miranda y
Picote. Estos saltos han dado fuerza a Las Arribes del Duero, fundiendo los
intereses turísticos y empresariales de una comarca y de dos países para lograr
luz propia.
Al acercarse a ella sorprende su altura, 202 metros
desde los cimientos, si bien otras cifras no son menos destacables: 3.036
metros de longitud del muro; 2.648 hectómetros cúbicos de capacidad y 2.188.000
metros cúbicos de hormigón utilizados en su ejecución. Otra peculiaridad de
esta central es su carácter reversible de turbinación y bombeo, es decir, que
produce electricidad en las horas punta, mientras que en las de menor demanda
bombea agua del embalse de Aldeadávila (en el río Duero) al embalse de Almendra
(en el Tormes) para cubrir los picos de consumo. Asombra comprobar la potencia
de unas máquinas que durante el día actúan como turbinas productoras de
electricidad y por la noche se transforman en potentes bombas que elevan el
agua 400 metros de desnivel a lo largo de una galería de 15 kilómetros de
longitud.
El Duero se convirtió, durante la primera mitad del
siglo XX, en un pozo de ilusiones y de esperanzas para estos territorios. El
verdadero impulsor del proyecto para aprovechar el potencial hidroeléctrico del
río y sus afluentes fue el ingeniero vasco José Orbegozo Gorostegui, que
proyectó y construyó el primer gran aprovechamiento de esta cuenca, el Salto
del Esla en Zamora. Fueron los inicios de una empresa que, años más tarde,
llegaría a ser la actual Iberdrola. En la década de los 60 las novedades
técnicas y el auge mantenido de la demanda hicieron viable la construcción de
una única presa de bóveda de 200 metros de altura.
En 1963, Iberduero compró un ordenador, el IBM
1401, de segunda generación que permitió realizar el cálculo del complejo de
Almendra-Villarino en tres horas, cuando el realizado para la de Aldeadávila
había llevado 6 meses de trabajo. El proyecto de la presa de Almendra fue obra
de Pedro Guinea. En 1964 se publicaba una primera noticia sobre los primeros
pasos que iba a dar su construcción. El viernes 28 de agosto de ese año, el
periódico ABC informaba sobre el comienzo de “la presa de Villarino”, que iba a
costar 4.000 millones de pesetas y cuyas obras se alargarían seis años,
inaugurándose en 1970. La noticia ya aportaba las características técnicas que
la iban a convertir no sólo en la más moderna de la época, sino en “la más
bella y la más alta de España”.
La construcción de esta central
hidroeléctrica supuso romper moldes y abrir
páginas en la historia de la ingeniería civil. De hecho, los más antiguos del
lugar y trabajadores que formaron parte de los equipos constructivos recuerdan
“con emoción” aquellos años y aquellas formas de trabajo. Luis Sever fue un
auscultador de presas y uno de los directores de calidad del cemento y el
hormigón en 1964, mientras se realizó la central de Villarino, “una maravilla
de trabajo”, tal y como lo defi ne él mismo. Todavía recuerda con ilusión los
trenes que “a diario” llegaban a Lumbrales, procedentes de Hontoria (Segovia) y
Venta de Baños (Palencia), para trasladar el hormigón, a través de camiones,
hasta el muro de la presa. Y añora los procesos técnicos que se seguían para
controlar que el hormigón tuviera “resistencia y elasticidad”. Aunque no lo
diga, quizá recuerde el lema de la ofi cina de proyectos de Iberdrola:
“Nosotros no construimos una presa, sino para hacer la siguiente”. Así, Luis
Sever rememora a los ingenieros que llegaban a la provincia de Salamanca y la
“vida tan dura que se llevaba, ya que era un trabajo constante”. Esboza una
sonrisa cuando recuerda la visita de Franco, en 1970, y el momento en el que se
acercó a él para comprobar quién era el más alto de los dos: “Yo siempre he
sido menudo [1,65 de altura] pero quería compararse a Franco. Y no era más
alto… Pero tampoco más bajo. Me sorprendió también que la escolta los dejara
tan solos”.
También trabajó en la construcción del embalse de
Aldeadávila y aunque no tiene claro el número de trabajadores que hicieron
posible la de Villarino asegura que “pudo ser un número muy parecido, en torno
a 4.000 personas”, muchos de ellos, los peritos industriales, procedentes de
Béjar, lo que daba valor a estos profesionales nacidos en las escuelas
bejaranas. Luis Sever afi rma que él ocupaba la cama que otro trabajador dejaba
en el barracón. Era un constante trasiego de hombres que subían y bajaban del
tajo al descanso; era lo que se denominaba “cama caliente”. Otro de los
elementos que distinguieron la construcción de estas centrales hidroeléctricas
fueron los poblados, que en los últimos años están en proceso de transformación
como alojamientos singulares de turismo rural; en su momento fueron auténticas
localidades levantadas de la nada, que contaban con todo lo necesario para el
desarrollo de la vida habitual de los trabajadores y sus familias: escuelas,
enfermerías, hospitales, instalaciones deportivas, iglesias, comedores,
cantinas, viviendas y barracones.
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